Con el lábaro a toda asta siempre se hizo
la liturgia a tu espalda,
sin reglas perniciosa pero con cabal respeto,
con originales ambiciones de excluir
los parangones de las ganas,
caminando paso a paso,
dedo y dedo, beso y beso y
lento –tú lo sabes, ay que lento-
los tropezones de tu espina,
contando y recontando los lunares que unía
en mi mente como ruta al tesoro.
Con aceite con el cual ungía tu cuerpo
antes de ensamblarte con el mío para terminar
mirándote como deidad aún viva después del sacrificio.
El reverso de tu cuerpo, caramelo,
ya no tiene alas,
las tomé la primera vez que cerraste
tus ojos mirando para adentro,
es marmórea aún estatua en movimiento
cuando sólo es cubierta
de los rulos tempestad de tus cabellos.
A tu espalda nunca le faltó la ceremonia
de los brazos,
el abraso,
los verbos y
mi aliento antes de allanar el tafanario,
no hay mejor lugar que la plaza de tu espalda
para notariar en la memoria tus edictos y
firmarlos con las plumas de tus alas y
la tinta blanca del deseo.
Gayo. en una tarde en que la temperatura ha caído rendida a los pies de la noche, ha caído sublimada cuando vio al horizonte hermoso, vestido de gala, pero tal vez inocente, pues se le miraba sonrojado.
martes, 22 de febrero de 2011
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