viernes, 25 de marzo de 2011

Manuel

Cuando llegué al local, seis meses antes de que me visitara el ángel que vino a beber un poco de agua y que en prenda de mis obsesiones me dejará una hermosa pluma blanca a la que le hice su altar, allá en el rincón, conocía a Manuel.

Manuel guarda sobre la cabeza todo el cabello de su juventud, sólo que lo que antes fue negro noche ahora es de un blanco tan plata y tan profundo que bien podrían coserse con su cabello alamares en traje de charro.
Es un hombre rudo, carpintero de profesión. Su mirada es eterna cuando mira al horizonte, pero cada vez va siendo menos profunda, da la impresión que se le va acortando, es como si su bondad ya fuera para unos cuantos a pesar de que su amabilidad sigue siendo para todos.

El hombre está en esa edad indefinible que sólo se ganan como virtud aquellos que han sabido vivir bien, sus manos son toscas y tan rudas que una caricia de ellas bien podría ser el peor augurio para un bebe, y sin embargo, cuando carga a su nieta o acaricia a Remedios su esposa, la tranquilidad que emiten se siente hasta la esquina. Yo mismo lo he constatado aquí en el local, si su nieta está allá con él, enmudece el revolotear de las moscas y los murmullos de mis fantasmas.
El cuando conocí a Manuel afuera de su accesoria, tenía dos cajones de madera en la acera, y sobre de ellos, acariciaba, como sólo se acaricia un bien amado, lo que yo vi como una simple puerta.

Ese día supe que Manuel era amante de la madera por sobre todas las cosas. Imaginé a Remedios discutiendo y disputándole su amor después de tener sexo.
A partir de ese día, lo vi regalándole, a su puerta, su amor y dedicación lo menos 15 minutos al día. De sus manos admiré, y vaya que admire, cajoneras, bases de cama, roperos, en fin, todo lo que un carpintero puede crear. Sus manos mágicas tenían el poder de embelesar hasta a los adoradores del acero.
Cada día, cuando sacaba a la acera sus cajones le decía yo; ¿para cuándo Manuel, para cuándo podré ver esta joya que estas labrando? Y su respuesta siempre fue la misma; Ya lo dirá el Señor, yo no tengo prisa, y le daba la espalda al sol y de nuevo a acariciar la madera.

Ayer que regresó el ángel a mi local a beber de nuevo agua y a dejarme una nueva pluma pero ahora oxidada, y con la cual me pidió que escribirá su historia y no pendejadas, cuando salio y partió de mi vista, ahora caminando, descubrí que Manuel no estaba, creo que soy sumamente ingrato con la gente buena, creo que su magia me deslumbró los primeros días y después lo comencé a ver como algo normal, como algo de todos los días, algo así como cuando uno se enamora y ve virtudes hasta en la mierda del ser amado y que después, cuando el desamor llega y llega benigno, uno dice: carajos, sólo era mierda. No digo que Manuel ni su trabajo lo fueran, nada de eso, pero así me sentí al descubrir que ya era de noche y no había notado su ausencia.
Hoy lo vi al llegar al local y me tranquilicé, pero así como el ángel había cambiado en año y medio, Manuel había cambiado de forma tremenda en un par de días, apenas pudo cargar con mi ayuda sus cajones para colocar su obra de arte. Su voz se despeñaba de su boca al suelo y sus ojos hacían agua. De inmediato me alarme y con un nudo en la garganta le pregunté: ¿Remedios, está bien? mejor que nunca, se quedó en casa moliendo chiles, chocolate y pan para el mole que hará el día de mañana, sus lágrimas sólo son porque hace ya años que no asaba chiles, me dijo. Carambas Manuel, así que mañana habrá fiesta en casa, le dije, y el sonriendo me contestó; así lo quiera el Señor, así lo quiera.
Indignado conmigo mismo por no notar su ausencia y si esa especie de decadencia que cargaba sobre la espalda, me quedé charlando y acariciando su obra. Carajos, puedo jurar que he acariciado las pieles mas bellas que un hombre pueda tener, puedo jurar y lo firmo, que ninguna de ellas era tan calida, si, tan calida, como la obra de arte que tenía ante mis ojos y de la cual Manuel me dijo que por fin estaba terminada.

No había duda, bella entre las bellas su obra, curva sobre curva era sensual y hasta sexual, línea sobre línea era sobria, y ahí en una esquina pude ver lo que creí que era un bebe naciendo, seguí la línea en forma transversal y descubrí nuevos nacimientos, muertes, miseria, bonanza, es decir; todo lo que se vive en una vida hasta llegar al ocaso.

Curioso como soy y sabiendo que no hay cliente que espere dos años por ningún trabajo y conociendo que el hogar de Remedios y Manuel era sumamente modesto, le pregunté; ¿Manuel donde vas a poner esta belleza de puerta? Y calmado con su voz quebrada me respondió; así qué todos este tiempo la has visto como puerta, pues en cierta forma tienes razón, para unos será la puerta que cierre mi féretro, a mi me gusta pensar que será la puerta que abre otra vida. Coman y disfruten como remedio lo que Remedios guisará para mañana, el Señor me ha dicho que yo no despertare, y le creo. Yo guardé silencio anticipado.

Gayo 22.2.11 en una tarde recordando que el Señor nos tiene en sus manos.

evangelizándome.

Cuando pasó por el local, venia acompañado de sus hermanos de religión, de cinco que eran él fue el ultimo en entrar y el primero en hablar; si te tomas de la mano del Señor nada te faltará, dijo, y su voz me sonó como agua cayendo en un árido pastizal incluso olvidado de las lagrimas del Señor y me dije; si el precio de tenerte es tomarme de la mano del Señor, que me hagan un cita.
Tendría caso veintidós o quizás dos mil años, ¿Quién pude saberlo? Cuando me miró a los ojos con esas dos envidias de luceros de un azul profundo, de inmediato supe que de ahí se habría inspirado el Arquitecto para darle color al Pacifico, mi yo interno se inquietó mas de la cuenta, pero puso más atención en su estructura física que en lo que estaba diciendo.
Su cuello desprovisto de manzana era acaso una curva delicada pero sumamente peligrosa y aún así su voz seguía regando estos pastos de años y años de sequía mientras adentro de su cuello algo se movía.
De pronto, su mano color de cera se movió por el aire, despidió el aroma del veneno de abejas, y yo que antes de ser un canalla fui apicultor, ya sabía que sólo hay sobre la tierra un aroma mas hermoso que ese; el olor de algunas hormonas fieles y compatibles a mis necesidades y por aquí, de verdad, no volaba ningún insecto.
Su voz seguía regando mi miserable alma, debió ser así, porque debajo de mi ombligo, lento pero seguro, crecía con una fiereza ejemplar, el árbol de la vida.
En un instante, si darme cuenta de nada, colocó sobre la mesa un folletín que llevaba como ejemplo para compartir la instrucción de su fe a los que ya estábamos secos, me pidió que me acercara y mi perna tocó la suya que se movía de arriba abajo como lo hace un adolescente antes y después de recibir alguna calificación importante, no pude mas, la desértica estructura del árbol de la vida se humedeció de tal manera que por mis ojos sentí el canto de pájaros y la oscuridad blanca que se forma en la mente cuando un cuerpo ha derramado la simiente sobre de otro, temí por un momento que el fuerte aroma que estaba yo despidiendo fuera percibido por ellos, pero al parecer sólo él lo descubrió en el aire de local, pues me sonrío como sonríe la luna y me guiñó un ojo de tal manera que ahí en ese guiño se resumía el pecado del mundo.
Justo en ese momento terminaros su labor conmigo y con lo que me quedaba de alma, casi al unísono dieron que tenían que partir y partieron.

Cuando dieron la vuelta vi su espalda y quise exclamar ¡Demonios! ¡Pero si debajo de la camisa oculta los muñones que quedan cuando alguien cuelga las alas atrás de la puerta!, pero creo que de alguna manera su palabra me había tocado y sólo pude exclamar para mis adentro ¡Dios mío!

Cuando se fue, se llevó hasta mi última moneda, a cambio me dejó unos folletos, un llano perfectamente húmedo y la advertencia que la semana entrante serían sus hermanos, no él, los que me visitaran para aclarar mis pensamientos sobre la charla que él me había dado y sobre la lectura que reposaba sobre la mesa y se me quedaba de tarea.
Me lleva la chingada, no sé porqué tienen esa afición los ángeles de pasar por el local a tocar, solamente mi alma.

Gayo. 22.2.11 En una tarde mística evaluando qué es pecado y qué no lo es.

ángeleando de nuevo

Eran seis los botones de su camisa las garitas que mal cuidaban su pecho de mi mirada, y un gabán negro como la noche el que colgaba del perchero de sus hombros. Sus piernas, torneadas a fuego lento, me dejaban ver a través de sus jeans raídos como se movían despacito como trigal acariciado por el viento sus dorados vellos. Su mirada recia azul profundo era la envidia de lo que un día, al principio de los días, quiso ser el color del acero. Sus dorados cabellos caían como tormenta de rayos en seco sobre sus hombros, y sus labios de carnada, rojos como la granada, apenas se abrían para suspirar y exhalar el perfume del veneno de abeja.

Se deshizo lentamente de la prisión de las garitas que cedieron fácilmente a las caricias de sus dedos, yo, absorto con la visión de su pecho desnudo, escuché su voz de melodía sin fin que me decía; no todo es sexo en la vida. En ése momento quedé inmóvil, crucificado a la cama y totalmente húmedo por el sudor y otros líquidos corporales, pensé; ojalá éste sea uno de esos momentos en los que lo único que no importa es la vida.
Mi cuerpo y alma estaban listos para ser usado con el perdón del lector, del Señor y de la moral aprendida en los tiempos del ocio.

Por fin, después de algo que pareció la autentica eternidad, se sentó en la cama a mi lado para rozar con sus labios mi boca, apenas fue un roce, nada de contacto, sin embargo sentí como mis labios estaban a un aliento de fundirse y dejarme mudo para siempre.

Me miró de pies a cabeza deteniéndose un segundo a escudriñar las palpitaciones de mi hombría y a rociar mi carne con una lágrima antigua.

Su mirada se convirtió al mismo tiempo en la tristeza y la paz de un camposanto, sonrío levemente y con un sólo movimiento bastante brusco se puso de pie al tiempo que se despojaba de la camisa y el gabán, dio media vuelta y sus alas blancas aletearon con fuerza impulsando su cuerpo hacia la ventana que se estrelló en cien mil luceros como añicos, su volar levantó todo el polvo del mundo que se alojo sin piedad en mis ojos, no pude ver más.

Cuando el agua de mis cristalinos me permitió ver de nuevo la luz, encendí un cigarro y con toda la furia que puede contener la botella de un genio atrapado con bajas argucias, exclamé; Demonios, otro ángel más que pasa por mis santísimas ganas sin tocar nada ¿será caso qué de verdad los ángeles no tienen sexo?

Gayo 23.2.11 en una tarde en la que el viento apenas despeina, apenas remueve el sentir de los recuerdos.

Huelleando

A tus huellas preñadas
de adioses le están naciendo
dunas en los sabañones,
cojean en la memoria,
en las vueltas de mentiras,
en los tacones de otros pies
que intentan e intentan todo
con sus danzas inventadas.
Les están naciendo dudas
en lo verbos de aquel
antiguo código que te dejé escrito
cuando me miraste de hinojos,
los nuevos vientos les están soplando
sobre los vestigios,
casi es una palabra enorme
al mirar casi sus restos,
casi nada queda,
se están desmoronando
como faro de arena intentado
rescatar las naves al llevarlas
a puerto seguro.

A tus adioses les está naciendo
humo de mi pecho,
déjame inhalarlo nuevamente,
no te vayas pies de azúcar,
duéleme hasta que de nuevo
brote una nueva tarde.
Hasta que de tus huellas preñadas
les germinen nuevos pasos.

Gayo. 25.2.11 en una tarde extraña, con vientos de buenaventura a la vuelta de la esquina, con vientos que quieren volar a sotavento y los suspiros fríos no los dejan.

Coñeando

Cuando faltaste a tu palabra de quedarte
le cambie la cerradura de la puerta a las noches,
condené a perpetua a los sueños
en su claustro de pestañas,
derrumbé con ira el monumento a tu coño
que adornaba sobre la mesita el manual hindú
al que le agregamos el prefacio y las conclusiones,

cuanta falta le haces al bao de mis pasiones y
a la espuma de mis mares que se va secando
entre los trapos, en las pretensiones,
en las ganas sin la playa de tu tafanario,
en la soledad de recordar los rincones
de tu piel que nunca habían sido allanados,

vuelve corazón de azúcar, vamos a cambiarle
al sol las cerraduras para que nunca amanezca,
abramos levemente los párpados a las persianas
para dorarnos con la luz de luna, vamos a
inaugurarle otro monumento al nido de tus piernas y
a escribir otro epilogo en tu piel que te sostenga
entre mi espada, la pared, y tres puntos suspensivos.

Gayo. 24.3.11 en una tarde que ha sentido tanto calor que se ha despojado de todas sus nubes.

Androginiando o la primera angeleada

Durante años, infinidad de años, han sido ellos los que me han buscado, los que me ha tentado, los que por broma o afición me persiguen. Han sido ellos los que con las más bajas argucias han tratado de seducirme y no los culpo, la realidad es que el pecador fui yo, o al menos así lo creo, de lo que si estoy seguro, de lo que no tengo duda, es que éste eterno ritual en el que vivo, es el castigo que me ha sido dictado.

Todo comenzó antes de que yo mismo tuviera razón, de verdad, y lo juro, no sé cual fue mi pecado original, no sé el por qué soy un paria, un maldito, un gandaya, un perseguido por las más ¿despreciables? pasiones. Pero en realidad tampoco me quejo tanto, el deseo es una pócima encantadora. Si acaso el único dolor que siempre me queda es que jamás he podido, y tal vez jamás podré, culminar con la explosión del llanto blanco de mi cuerpo dentro de su ser el acto que tanto deseo y que es el vértice de la cruz que he de cumplir.

Todo comenzó aquella tarde en la que Pedro no quiso soltar la sopa y negó mas de dos veces a sus camaradas y al señor que antes le había dado de comer y de beber, fue la tarde en la que los oriundos pedían a gritos sangre y carne, llanto y muerte, la tarde en la que se terminaron de un tajo los milagros a ojos vistas, la tarde en la que el cielo se cerró mientras que yo, alejado de las traiciones, la diabólica política y los tumultos, moría a solas ávido de amor y sexo.

En aquel tiempo, ya tenía mas de doscientos años de vagar, de ir y venir, de morir cada tarde, cada noche y despertar vivo en cada amanecer sólo para repetir la odiosa rutina, sólo para abrir mis venas y darme cuenta que de no había modo de mantenerlas abiertas. Sin embargo, por absurdo que parezca, mis ojos en aquel entonces aún sabían asombrarse, aún sabían llorar, aún se cerraban de cuando en cuando para hacer lo que mejor saben hacer los ojos cerrados: soñar.

Fue entonces, en uno de esos sueños repentinos cuando lo vi a lo lejos tirado debajo de una higuera, su alma, al igual que su cuerpo semidesnudo con lo poco de su ropa echa jirones hubieran podido ser el desprecio de cualquier mendigo. Miré a un lado y al otro, no había nadie, su soledad y la mía eran sin vacilación las soledades mas tristes y sin remedio que cualquiera pueda imaginar, sentí harta piedad de mí y me acerqué con la intención de darle de comer un poco de pan y beber un poco de vino que despreció sin miramientos y que yo había robado la noche anterior de una mesa donde se sirvió una cena en la poco después, supe que él había sido un invitado.

Levanté su cabeza del suelo para posarla en mis rodillas, acaricie su andrógino y angelical rostro para poder mirarlo y a la vez librarlo de los rulos de su cabellera negra como noche que le llovían sobre los ojos y le ahogaban la mirada, sentí en una mano el fuego de su piel canela, en el corazón toda la misericordia posible y en la otra mano las plumas que nacían de su espalda y que parecían madroños de estopa con la que ha sido limpiado por años las lámparas de aceite y los incensarios de algún templo pagano.

Cuando me miró a los ojos, vi que se encontraba en el fondo, más allá de su situación sólo quedaban los fuegos del infierno, lo supe porque yo de ellos venia saliendo, su voluntad había sido completamente resquebrajada, sólo le quedaba lo que para otros, los normales, era el lujo de respirar y que para nosotros los caídos, era el hálito que nos descubría ante los ojos de cualquiera como malditos.

Mi piedad en aquel tiempo era tan grande como mi lujuria, y sus ojos negros de obsidiana, su cabellera como tempestad nocturna, sus labios curvos de acertijo, su piel sedosa de color canela, la inmensa ternura que se desprendía de su desamparo y su cuerpo todo sin sexo a la vista, eran la formula perfecta para saciar los mas bajos instintos a los que yo de antemano había sido sentenciado.

Limpié su rostro y le besé en frente, mis labios se acercaron a los suyos a un suspiro de distancia, sin embargo, cuando iba a realizar la conjunción deseada, mis labios se abrasaron a su aliento y comenzaron a fundirse como si fueran cera alrededor del pabilo en llamas, alejé con temor mi rostro, no así mis manos que continuaron con malicia acariciándolo con la esponja llena de agua con la que lavaba su cuerpo y que debió parecer bendita, pues al tiempo que el cochambre de su piel salía, él se iba incorporando batiendo lentamente sus desastrosas alas hasta ponerse de pie. Sus labios, ay señor, ¿cómo olvidarlo?, se movieron para ofrecerme una sonrisa llena de ironía y ternura si es que eso se puede, una sonrisa tan enorme que aun perdura hasta nuestros días y que se puede mirar en las noches claras cuando la luna, siendo apenas el filo de una uña, se disfraza como rama de árbol dispuesto para horca.

Fue ese día cuando aprendí que jamás tendría descanso, que por mas que me ocultara en algún local alejado de la mirada del señor y rodeado de nativos hambrientos de sesos y sedientos de verbo, ellos, los caídos, por culpa de mi maldecida piedad seguirían buscándome cada vez que necesitaran quien les reconfortara, quien les otorgara una caricia que al ser concedida no condenara a nadie, un maldito que al mirar al cielo no tuviera con quien quejarse, un inexperto del sexo que por más que estuviera cerca de su piel y de ellos jamás pudiera conocer si tienen sexo, una victima de sus chanzas a quien removerle toda la lujuria de su alma y cuerpo sin que pueda reventar en todo lo posible, el llanto blanco de su cuerpo.


Gayo. 24.3.11 en una tarde en la que, después de pagar la cuenta del teléfono y rumbo al local, me ha seguido una parvada de seres alados, una parvada de golondrinas sin nidos, sin adioses.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Juegueando

vamos a jugar de nuevo a que naciste indiferente,
a que tu cuello sin manzana es sólo azar y
no la credencial de identidad del ángel que yo creo,
vamos a que seas tú quien ponga
la cintura y
yo el cordel de versos
que te anuden a mi cama con mis yemas
a mi hoy,
a mi siempre,
a una noche o dos o hasta mañana, y
juguemos a que cuando cierras
las pestañas con mi yo adentro y
la blanca oscuridad de tu cerebro
te reproduce pálpitos en todo el cuerpo,
te enerva,
te humedece y
te haces sentirte preso de mis versos, y
sabes que esto es sólo es juego, nada serio,
cien caricias a lo sumo y
a que mi zumo huele a mí entre tus dedos.

Vamos a sentir que nos jugamos tú la indiferencia y
yo todo el amor posible a que eres mío, y
jugamos a que gano, y
también a que te tengo y
que también tú ganas al perder tu indiferencia y
te quedas, y
le haces un lugar a mis empeños en tu vida y
tu alma se queda empeñada por el juego
en mi cama, en mi cuerpo, en mi alma.

Gayo. 2.3.11 en una tarde en la que el sol escudriña por debajo de las piedras en busca de humedad que después de sus caricias sea polvo, sólo polvo.

Nota1. hoy aprendí que en el tianguis venden mariposas para los aretes, y yo que ingenuo siempre creí que los aretes por si mismos eran ya mariposas en las primaveras que custodian los suspiros.
Nota 2. ¿qué será de las mariposas que con el amor vuelan en la panza cuando el desamor les corta las alas?
Nota 3. Yo sé que cuando muera el Don tomará mi alma, le pondrá alas y me mandará a una cueva a volar como murciélago.
Nota 4. no tengo prisa, un día pedí ser inmortal y hasta hoy se me va cumpliendo, pero por si caso, vaya usted donando a alguna organización que cuide a los murciélagos, hágalo por mi alma.

PD: Bacardy no protege a los murciélagos, así que nada de bromitas ¿he?

Gandayeando con un seudo ángel

Ya había partido rumbo a casa cuando a media calle me di cuenta que había dejado mi libro sobre la mesa. El mal habito de leer siempre me ha hecho pensar en demonios cuando no lo hago, las obviedades de la vida me fatigan tanto que en ocasiones, cuando no leo, me doy cuenta cuan canalla soy, y yo mismo me doy harto miedo, así que no pude más, deshice el camino, y regresé por él.

Lo encontré a un lado de la cortina metálica del local, sostenía todo su cuerpo sobre una pierna en el suelo al tiempo que la otra manchaba la pared, los brazos cruzados sobre el pecho como quien mira y juzga el paso de la vida por sus ojos y lo aprueba con un leve asentimiento de cabeza.
No se movió ni un ápice cuando me tuvo de hinojos mientras abría la cortina, y yo, desde ahí abajo, lo miré, lo miré tan joven, bello y enorme, digamos, tan angelical, que cuando logré controlar mis nervios y abrí el local, escuché dentro de mi pecho; regrésate por mí, no por el libro, lo miré a la cara y vi que sus labios de fuego apenas se habían movido.

Comencé a sudar y me dije; vaya, por fin, tal vez sea éste el ángel que tanto he estado esperando.

El cómo iba vestido es lo de menos, lo importante es que cuando me di cuenta ya había cerrado tras de si, y tras de mí, la puerta de la cortina de metal y sin mediar palabra desabotonó cuatro de los seis botones de su camisa, la corbata rojo fuego cayó a mis pies permitiendo ver que en su cuello no había rastros de manzana, signo inequívoco, para mi que soy docto en la materia, de que era un verdadero ángel.

Su pecho brillaba y se expandía a un ritmo inusual, los siglos que tengo siendo un canalla, me dijeron que ello respondía a una excitación usualmente terrenal, pero no presté la atención debida, pues en la penumbra no localizaba mi libro.

Todo en él, excepto sus diente, sus enormes alas blancas y la macula de sus ojos era de un color caoba claro. De su mirada recia se podrían colgar todos los sueños que quedan por mal vivir y hasta una o dos realidades, la macula de sus ojos era de un blanco tan profundo que sin duda eran las virutas de las ansiedad que quedan en las noches de adolescencia cuando uno aprende a pecar hundido entre las sábanas, el amor y la compleja realidad de estar a solas. Sus dientes se asomaban atrás de su sonrisa como avisado que tenían hambre de mis carnes.

Su divino aliento inundo el local, era como estar en medio de millones de abejas, todo olía a abejera en busca de venganza, claramente pude imaginar a todas ellas con la gota de veneno colgando de la punta del aguijón y a mí, sonriendo, como su mortal victima.

Se acerco a un suspiro de mi boca y con su voz de cascada sin fin me dijo; sé que conoces el precio de un beso, tus labios se fundirán con mi miel y quedaras mudo, ¿aún así le quieres jugar al valiente?, asentí con la cabeza, finalmente mis labios han besado tanto que ya están fundidos y mi voz no sirve mas que para distraer de sus vuelos a cuervos y gaviotas, y yo después de tanto y todo, sólo se jugar y nada tomo en serio, pues nada me queda en la vida.

Cuando sus brazos rodearon mi cintura, recordé que siempre he sido un hombre precavido, lo detuve antes del beso, un poco más por precaución que por miedo a las consecuencias y le pregunté su nombre, yo ya acariciaba las plumas de sus blancas alas y el nacimiento de sus nalgas, ya no estaba en mí, casi toda la razón se me había esfumado, los líquidos de mi cuerpo ya se aferraban a las ropas y a mi piel, sus dedos reptaban por la cremallera de mi pantalón intentando hacer que el cierre cediera, de pronto, respondió a mi pregunta que en realidad ya no era importante pues yo jugaba, Ángel me dijo, y con ello rompió toda la magia posible ¡demonios! el encanto se conjuró con esa palabra haciendo que la razón me regresara de inmediato, lo solté como quien suelta de la mano una serpiente, le pedí con mi voz de gandaya y sin ninguna duda que cogiera su ropa y se largara.
Si al menos me hubiera dicho Jesús, o José, no sé, tal vez hasta Juan, habría comprendido que un nombre es sólo un nombre y no encierra en él ni virtud ni pecado.

Aún tengo aquí en mis manos sus lagrimas cristalizadas que me hacen pensar que su llanto era verdadero, yo un canalla, y él la excepción de la regla que mas encabrona a la gente docta, que como yo, experto conocedor en cuestiones de ángeles de todos colores, y hombre realmente sensible como soy, sé a ciencia cierta que no era un verdadero ángel, pues los verdaderos ángeles jamás me hacen sentir miedo de mi mismo, ni juegan con su nombre, ni fatigan con absurdas obviedades.

Gayo. en una tarde en la que el calor es tan fuerte que en venganza a mis canalladas, el calido viento envía al local a un ejercito de seres alados llamados: moscas.

Nota 1. si usted tiene un ángel verdadero manténgalo lejos de mi.
Nota 2. si su ángel verdadero es su ángel de la guarda, entonces pierda cuidado.
Nota 3. no todo lo que brilla es oro, ni todas las cagadas salen por el recto.
Nota 4. las cagadas que más apestan son las que uno comete lastimando a otro…………Shilaes, las dos ultimas notas no viene ni al caso ¿verdad?

Credeando

Y me quedé con el bocado atorado
después de ésa última cena en donde tu historia,
la historia y
la madre de todas mis derrotas
se quedaron sin mesías impoluto,

iba por ti con todos tus portentos y
preferiste cambiar la silla de virtud
para besarme desde un lado a un lado en mi mejilla, y
después la otra, y
te urgían tantos labios que los labios míos
fueron los paganos mientras te escondías
detrás de un árbol engalanado con una soga por corbata,

hay Jesús,
ay señor de casi todos mis desvelos
¿porqué cambiaste de ser mi adoración
a ser apóstata si eras redentor de mi pasado, y
de la buenaventura, de todo lo buena
que pudiera ser tu alma y tu piel
cubriendo la mía del pecado?

Ay Jesús mentor de todos mis pecados,
qué puñal ilumino tu vista con su brillo
para que hiciera que tu paso fuera liviandad
de solo un paso, sólo de paso.

Y yo que te miraba a futuro caminar mis mares
extrayendo de ellos los moluscos, vino, rezos,
conchas, caracolas con sus cantos y
a granel los peces sin argucias,
sin remilgos,
con nada que no fuera mas que el credo
que aprendí desde tus labios.

Gayo. en una tarde harta de calor recordando por temor el credo que casi estoy olvidando.

Hablando con el señor o puras pendejadas.

No sé si fue al segundo día de todos los días o al tercero, pero sin duda fue antes del séptimo cuando fue creada, de un soplo como todo, la abeja.

Lo sé porque antes de ser el tipo de canalla que soy, el señor me lo dijo justo una tarde mientras me dedicaba a la apicultura. El como llegué a esa profesión es sencillo. Tenía yo 15 años, era soltero, seguramente muy guapo pues a esa edad el que no lo es, o el que no se siente así, se mete un definitivo balazo, y yo a los 12, lleno de acné, chaparro y sin aspiraciones sexuales ya lo había hecho y seguía de pie para contarlo.

Total que a esa edad, la única vez que entré a una escuela, supe que había mucho mundo por recorrer, y ante el llamado del señor, me metí por dinero con las abejas, es decir, a su mundo.

El como supe que la abeja fue creada en esos tiempos también es sencillo, y cualquiera que se haya quedado dormido en el campo llano debajo de un maguey a 38 grados a las sombra, sabe que hay muy pocas sombra ahí debajo, que el agua del cuerpo se consume rápidamente, que la temperatura del cuerpo sube a los mismos niveles de quien delira una sifilítica fiebre y que antes de morir asado, los sueños se vuelven palabra del señor.

Así pues, cumplía todos los requisitos para ser confidente de cualquiera, incluso del señor que durante una hora me confesó que la abeja nació antes que cualquier ser pensante, y que lo hizo en ese orden para facilitarle a los pensantes la forma en la que explicarían, mas adelante a su grey y cuando la moral fuera ley, la forma de fornicar.

Sin embargo, la abeja tenía otros planes, los cuales no incluían ser para siempre la mala metáfora del coito, la abeja, me dijo el señor, trabajadora como es, no le inspiraba para nada eso de estar en boca de los padres mintiendo con eso de los pistilos y las corolas, a ella las cosas como son, o se habla claramente de penes, vaginas (uy, ésta palabra algo de super mística tendrá, que no viene en el corrector ortográfico de mi PC) , óvulos y esperma, o si no ni madres, que no se hable de ella, total para habladurías ya tenia de sobra con los zánganos de la colmena, sus planes eran definitivos, dominar la tierra.
Así que voló por todos los confines a polinizar hasta en los calzones de la tía Amelia que argüía que a ella le olía el trasero a rosas, creo panales aquí y allá, diseñaron el mejor sistema clasista de la era, el mejor alimento que jamás haya existido, cera para iluminar con velas las cenas románticas, los féretros, las misas blancas y las negras, para aromatizar cuartos de baño y para suplir al vibrador en las noches en las que uno no encuentra baterías y no ha pagado el consumo de energía eléctrica.

Crearon todo lo útil menos la democracia, bueno, crearon todo lo útil y se desarrollaron como el primer ser dominador de la tierra, incluso, a riesgo de su vida crearon el veneno en la punta de su aguijón para defenderse de moros y cristianos, ateos y conversos, negros, rojos amarillos y hasta rubios de ojos verdes mar en calma, y que dicho sea de paso, huele como a hormonas de ángeles, no sabe, la cosa mas divina del mundo, así que si a usted algún día le llega a sus narinas el perfume mas seductor de la vida, corra a todo lo que da, no importa si hay o no abejas, la vida en libertad es lo primero.

Bueno, pero regresando a esta romántica historia y para concluirla.

Yo absorto con semejantes revelaciones le pregunté al señor; Bueno ¿y cuál fue la falla del plan de las abejas? Y el señor me respondió; sepa la chingada, no sé de que me hablas, bebe a sorbitos el agua, si no te encuentro te mueres, mira nada mas como tienes la piel llena de llagas y por allá las colmenas aún sin “ordeñar”, eres un zángano cabrón.

En aquel tiempo era muy joven y atrabancado, pero perdoné sin rencores al señor cuando me despidió con majaderías y ahí en medio de la nada.

Aún creo en su palabra y más en aquella que decía que yo jamás sería buen apicultor, por fortuna también me quedó la enseñanza y el recuerdo de Raquel su hija, que santa entre todas las santas me obsequió su virginidad a cambio de mi ultima paga.


Gayo 3.311 en una tarde en la que el calor hace delirar hasta a los sueños de verdad, a los sueños de soñar despierto.

Perpetuideando

Qué vas hacer conmigo
cuándo ya no tenga sexo,
ni brazos,
ni piernas, y
el tronco sólo sea una caja hueca
sin lugar a resonancias, y
a mis ojos sean las sombras todas
las que lleguen y
ya no tenga párpados
para cubrirlos de temores,

qué vas hacerle a mi nombre
cuándo sea más número que letra y
se mantenga en la costilla
de un simple expediente, y
mis labios y
mi lengua no se muevan para reclamarle
a los terrores que no vuelvan,
que no abracen mi recuerdo
cada vez que la gaveta se abra y
sea mi número y
mis letras las que no se muevan,
las que nadie busque,
las que queden arrumbadas
tras la broma del destino,

qué vas hacer con los gusanos
que se cuelguen de las cuencas
de mi cráneo cuando ya no quede carne,
cuando todo haya pasado,
cuando todo sea un jirón de pelos
adornando acaso una sardónica sonrisa,

qué haré yo cuando me lleves y
a un lado de tu plano me vea como despojo,
sin luz,
sin voz
ni movimiento cuando exhumen
lo que quede, cuando la perpetuidad
del papel del camposanto haya vencido
como todo vence
entre tus manos de reloj y calendario.

Gayo. 3.3.11 en un tarde en la que pasó por mi mente que todo pasa cuando ya es tarde, cuando no hay remedio ni lágrima que riegue lo que ya es árido para las tardes

Casiando

casi aurora, casi tarde, casi noche,
casi cínica luna la muy desvergonzada,
sonriente con su labios curvos de perchero
para colgar cual trapo casi un recuerdo,
para secar sin sol casi todos los suspiros,
para ahorcarse sin remedio mientras
no se acobarde el olvido,

casi es una palabra casi hermosa
cuando mantiene viva la esperanza,
cuando ya no hay agua,
cuando no hay retorno,
cuando ya no hay dios y
adiós es la única palabra con verdad
que de verdad será casi la ultima, y

se ve tan bella luna, casi bella luna
quitándoles la pena y
las ilusiones a los adoradores
del colorín del cuento que se ha terminado,
alunando a los novatos que se juran así mismos
que el primero amor sí es eterno
aunque sólo dure el lamento de los cierres y
botones botando por el suelo las ropas y
en la cama las saleas a las que casi sala y
mata,
a las que casi endulza y
cura, y
sale casi tarde para ser de noche, y
aunque no le toque sale casi siempre,
casi noche surge para ser de día,
casi nunca, casi luna, casi siempre.

Gayo 8.3.11 en una tarde en la que casi olvido que el tiempo lo cura todo, menos a la verdad.

Postergueando

Tal vez era martes o
tal vez quizás un jueves,
no recuerdo el día ni que mes
del calendario le apellidaba,
sólo sé que era un día como hoy
pues en el negro firmamento había
un filón de luna y
tres estrellas
como esos tres lunares arriba de tu pecho,

sólo sé que era tarde y
con las prisas no leíste los versos
con los que lloró la ducha mientras
de tu piel los iba deslavando,
no recuerdo tanto el primer beso
como el ultimo cariño,

pero aún tengo atorado en el pecho
el apremio que tenias de unos labios
que pagaran tus urgencias,

he olvidado mucho y
mucho he idealizado,
mucho he escrito de aquel lunes o
de aquel viernes embustero
en la que te bordé una casi noche con caricias,
con amor de largo plazo, con estrellas
como fuegos de artificio,
un divino baile loco,
una puesta en escena a tus pies
declamándote poemas,
un anillo en tu dedo sin mentiras y
un olvido sin recuerdos sumamente postergable.

Gayo 8.3.11 esa tarde casi noche había en el cielo tres lucero y una luna delgadita como guiño, como broma, como la de ahora.

Fumar

Esa tarde había comido arroz con camarones y un cóctel de mariscos que compró en una fonda cercana al hostal igual que lo había hecho los años anteriores. No era fanático de ese tipo de comida, pero la primera vez intuyó que ello sería lo más rápido antes de regresar a su habitación.
Esté año y el pasado y todos los demás lo hizo con la consigna de que todo fuera como la primera vez.

Pidió dos porciones para llevar, un puñado extra de servilletas de papel y dos flanes que finalmente olvidó junto con el cambio sobre la barra de la fonda mientras pagaba.
La primera vez bien habría podido regresar por el dinero y por los postres, ya que se dio cuenta del descuido apenas había dado unos cuantos paso, sin embargo, pensó que bien valía la pena dejarlo como propina, ya que lo que le esperaba dentro del cuarto era mas valioso que cualquier dinero y mucho mas dulce que cualquier flan. Al siguiente año se dijo; siempre es bueno inaugurar un nuevo ritual.

Caminó entre la gente de prisa, si bien era poca la distancia, las ansias de llegar eran muchas. En un descuido golpeo con la bolsa de comida la pierna de un tipo que ni se dignó a mirarlo, algo se rompió ahí adentro -era el segundo año y éste hecho lo único que varío de aquella ocasión-, demonios, éste debe ser un mal agüero, pensó mientras continuaba la marcha del ritual.

Entró a la recepción del hostal donde la encargada lo miro con la misma sonrisa de piedad que ya le tenía designada desde el segundo año, él le regresó una sonrisa boba, subió las escaleras y abrió la puerta.

Dispuso torpemente la mesita para los dos, aun era temprano para la comida, miró el reloj de pulsera que le había regalado su ángel en la primera cita y que justo esa misma noche había detenido las manecillas a las doce con un minuto, vendó sus ojos tal como se lo habían pedido la primera vez, la lluvia de la ducha sonaba atrás de la cortinita de baño, se sentó en la cama y se desnudo para estar en igualdad de condiciones, se recostó, los ojos vendados le abrieron las puerta de la fantasía haciéndolo perder la noción del tiempo, unos intentes después y de pronto, en su cuello se posaron los labios mas tiernos y calidos del mundo, su cuerpo comenzó a ser recorrido por las yemas de los dedos mas hábiles que piel alguna haya sentido, el cruce de los alientos por la habitación hicieron florecer las begonias de los tiestos de la ventana como si hubieran sido regadas por las primeras aguas dulces de alguna primavera, el ambiente se cargo de pulsos eléctricos lo mismo que cada cavidad de su cuerpo en donde la sangre suplicaba por mas espacio y latía afanosamente para ganárselo al expulsar al fin, en un solo chorro, todos los fluidos somáticos.

Un instante, la vida es un instante y en ella hay cosas que bien valen una eternidad, su boca, al final del acto, recibió como recompensa el beso que fundiría su cordura y sus labios para siempre.

Como cada año después de esa tarde mágica en donde conoció la carne y el sexo de aquel ángel, terminaba entupidamente sobrio en esa misma banca de aquel bar al llegar la noche, también como la primera vez, terminaba al amparo de la mas inmunda soledad debajo una nube de humo de cigarro.

Esa noche, a solas, al igual que todas las demás, se prometió jamás exorcizar ese recuerdo y pagar sin chistar el precio de esos besos, de esas lágrimas que se le durmieron en el pecho al terminar el último acto, se había prometido escribir el mismo verso en la misma espalda hasta que la ducha lo respetara y se volviera, sino por terquedad, si por piedad, completamente indeleble.
Se juró, a costa de su vida y de la brizna de cordura que le quedaba, pagar el costo de ese instante aunque la comida se quedara para el cesto de basura del día siguiente, aunque la mirada de la empleada del hostal fuera ya de lastima y no de piedad al verlo registrarse y después pagar la cuenta completamente a solas, aunque el verso lo escribiera en la misma cortina de baño que había hurtado la primera vez, y sus labios, completamente desfigurados y fundidos, apenas le sirvieran para musitar el nombre de su ángel y después, fumar.

Gayo. 22.3.11 en una tarde viendo como la luna se difumina lentamente, pareciera que se va inmolando en su propia soledad.

Cuandeando

Cuando los verbos de mis versos
en tu piel no te hagan falta, y
por fin tu sentir los haya archivado
en el cajón donde se guarda
lo que se ha dado de baja, y
la tinta con la que los escribí
sea agua pasada, y
el vestigio de mi hacer sobre tus días
sea acaso un vahído ligero provocado
por el humo de un cigarro en otros labios, y
a mis huellas en tus pasos
las hayas convertido en barro y
la conjunción del calor de otra piel y
el aliento de otra boca les hayan trastocado
en el polvo al que tus ojos es inmune,

cuando las y griegas de tu cuerpo rechinen
con herrumbre y
supliquen el silencio que ofrece otro aceite,
otro bálsamo,
otra poesía,
otras dos simples palabras
que se asuman verdaderas y
no como las mías a las que juzgaste
de mentiras condenándolas
a ser eco entre mis huesos,

cuando todo lo que fui en tu emoción
haya pasado, mándame panal de miel,
al menos una paloma de humo
con tu olvido en el pico,
así podré dejarte descansar en mi recuerdo,
en mis versos, y a mis verbos
en otra piel que sea de paso y
que en su paso por mi piel no se pregunte
donde aprendí ha ser, amor, amor de largo plazo.

Gayo 18.3.11 en una tarde en la que las moscas del local están más inquietas que nunca, han visto, en otro lado lejos de aquí, caer las flores de la bugambilia que jamás se equivocan cuando la primavera ha llegado y se posan en el suelo, rindiendo pleitesía.

Cordureando

Cada año le pido al azar que me invente
una dirección huérfana de esquinas,
un nuevo sur sin golondrinas ni gaviotas,
otra casa en la calle del mar
que haya extraviado el número
entre tus escasas letras y
que tenga en las ventanas distraídas
sus persianas, una morada desteñida
a la que no le hayan regado el timbre y
ya se le haya marchitado de tanto añorar
las huellas dactilares, una donde nunca vivas,
donde nunca mueras y
no tenga buzón ni ombligo ni una jacaranda
que le anuncie la llegada de las primaveras,
una donde nunca hayan vivido los recuerdos
ni se mueran nadie por leer tu apodo abrasándose
a mi nombre entre mis letras y
explicando que debajo de esta luna aún me deshidrato
al recordar que cerca de estas fechas fuimos uno,


cada año cuando llega esta harta luna
me llueven en el alma y
en los ojos tus palabras cual serpientes,
cada año envió una carta
sin moral diciendo en ella dos palabras
con tu nombre y apellido, relatando con detalles
como rayé tu pecho con los zumos de mi cuerpo y
la cordura que renté después de los desastres.
Cada tarde cerca de estas fechas me recuerdo
que entre tus piernas asfixiamos mi cordura.

No te apures, el azar es bueno y
hasta ahora no ha escogido ni un oriente,
nadie ha devuelto esas cartas,
creo que nadie sabe reclamar el exceso de amor
con el que narro ése acto en el que recorrimos
nuestros interiores y las pieles, o tal vez amor,
nadie siente, nadie abre, nadie lee.

Gayo. 18.3.11 en una tarde plena de luna llena, plena como pleno fui a su lado.

Nota 1. esta luna avisa que la próxima será día de crucifixión

Nota 2. la melancolía es hermana de todo amor fallido.

Godeteando

No fuiste tú pedazo de cielo en primavera,
ni tus ojos verdes sin faros huérfanos
de nidos de gaviotas, sin olas ni mareas
con cenizas de barcas y velas.
No fueron las dos gotas de cristal
que me lloraste aquella tarde
que me preguntaste sí en una definitiva
despedida yo por ti, o algún otro cualquiera,
tuviera el valor de cegarle a mi cuerpo
el don de vida, y
mordías las uñas, y
sufrías, y
ansiabas en silencio que fuera el mayor
de los cobardes para que cuando partieras
a tus playas no descerrajara en mi sien
el tiro con el que después agonizaran
tus culpabilidades,

no eras tú panal de miel de avispas,
ni el veneno de tu lengua de carnada ni
tus labios de aleluya curvos como anzuelo,

no fueron tus palabras que decían
casi de verdad que te creyera y
depositara en tus manos mi confianza,
la ruta al horizonte, el tintero y
el godete en donde se preñaban
para enamorarte letras y colores,
realidad y fantasía, verbos y acuarelas,
prosas y grafitos, borrón y cuenta nueva.

No eras tú, la culpa es toda mía, y
de ése tanto suponer que amar y enamorar,
compromiso y verdad son la misma cosa,
fue ése tanto contagiarme de todo
lo que en mi mirada eres, y
de tus piernas, y
de tu novates en ciernes para olvidarme
que en la primavera se sienten mariposas
que le abonan el vuelo a las parvadas de hormonas.


Gayo. 20.3.11 en una tarde en la que el sol, cayendo a plomo, le causa urticaria a las aceras que aún cantan la melodía de sus tacones.

martes, 8 de marzo de 2011

Carnivaleando

Cuando le conocí, eran los tiempos del frío sin clemencia, eran los tiempos de cubrir con mantas los recuerdos y las orejas de los vientos que sonaban a suspiros. Todo yo era el vademécum de lo que se ha sufrido, de lo que no se ha amado, del olvido que no olvida a quien ya no lo recuerda, era un tipo gris con cara de fallida tormenta y facha de lo que se ha perdido y nunca se ha buscado. Eran, por otro lado, los tiempos en que en las aceras los nativos freían sesos y huevos, de poeta los primeros, de gallina los segundos, sobre los cofres de los autos y a sus propios cerebros adentro de sus cráneos bajo el sol candente que caía aplomo incluso por debajo de las sombras, y estaban así, escuálidos, con los ombligos casi estallándoles sobre las inmensas anémicas barriga, pues el alimento era escaso, la poesía también y el frío no daba para chispas, no daba para nada.

Y ahí estaba , en la esquina de Providencia y Esperanza a las doce de todos los días con el sol cayéndose a pedazos, y yo embozado en cuatro abrigos y restregándome las palmas de las manos cubierta por los guantes de astracán que me obsequiara el ultimo amor de mis amores, exhalando vaho tibio y frotando de vez en vez los ojos para que los lagrimales no se congelaran, dando ridículas pataditas a la ardiente acera para disfrazar el temblor con el que los músculos se entretenían.

De pronto y de la nada, por allá, a media cuadra, apareció con sus rulos dorados como llanto de cielo ante la mirada de los nativos que ya babeaban su comida, y de la mía que siempre hacía agua, cubría casi sus carnes con un casi trapo casi blanco, tal vez angelicalmente demasiado blanco, el sonar de sus caderas no avizoraba que fuera a cambiar de acera, su paso era lento pero seguro, su mirada, ay, su mirada de poesía toda se alternaba entre la mía que hacía siglos no veía ningún portento y la de ellos que le miraban con las vísceras, de su ojos se colgaban horizontes completos, calmos, tibios, llenos de colores inventados sólo para ser cortados como mandarinas, y su piel, Dios mío, su piel no hay forma de describirla, sólo sé que el habla se perdía en la garganta antes de ser emitida.

Después no sé, no recuerdo quien le quitó la vida a ésa alucinación magnifica, nada importa si fui yo o fueron ellos, tampoco sé y poco importa quién le destazó y puso sus carnes a freír sobre el cofre del auto desvencijado.

Ese día, con el sol en el cenit y con mi encabronado frío de maldición verdadera, llenamos juntos nuestros intestinos de piel, carne y poesía, les enseñé a los nativos que no solo los sesos eran alimento bueno, que también la carne cuando se ve con deseo es verbo, comimos como nunca, sin remordimientos ni pecado, pues el pecado no existe cuando algo, sea lo que sea, se hace por amor, o por lo menos creyendo que por ello se hace.

Desgraciado de mí, que error tan grave, ahí tuve el remedio para el frío y preferí tragar con lujuria como en los tiempos de buenaventura, ahora vivo a salto de mata dos o tres pasos por delante de los nativos que andan tras mi carne y de mi verbo que nada tiene de poesía, lo único bueno es que de tanto correr creo que casi se me ha quitado el frío.


Gayo. 4.3.11 en una tarde en la que la un mensaje, una carta, unas palomas de humo mensajeras abrasarían un poemario con dedicatoria y tal vez se fuera el frío.