viernes, 25 de marzo de 2011

evangelizándome.

Cuando pasó por el local, venia acompañado de sus hermanos de religión, de cinco que eran él fue el ultimo en entrar y el primero en hablar; si te tomas de la mano del Señor nada te faltará, dijo, y su voz me sonó como agua cayendo en un árido pastizal incluso olvidado de las lagrimas del Señor y me dije; si el precio de tenerte es tomarme de la mano del Señor, que me hagan un cita.
Tendría caso veintidós o quizás dos mil años, ¿Quién pude saberlo? Cuando me miró a los ojos con esas dos envidias de luceros de un azul profundo, de inmediato supe que de ahí se habría inspirado el Arquitecto para darle color al Pacifico, mi yo interno se inquietó mas de la cuenta, pero puso más atención en su estructura física que en lo que estaba diciendo.
Su cuello desprovisto de manzana era acaso una curva delicada pero sumamente peligrosa y aún así su voz seguía regando estos pastos de años y años de sequía mientras adentro de su cuello algo se movía.
De pronto, su mano color de cera se movió por el aire, despidió el aroma del veneno de abejas, y yo que antes de ser un canalla fui apicultor, ya sabía que sólo hay sobre la tierra un aroma mas hermoso que ese; el olor de algunas hormonas fieles y compatibles a mis necesidades y por aquí, de verdad, no volaba ningún insecto.
Su voz seguía regando mi miserable alma, debió ser así, porque debajo de mi ombligo, lento pero seguro, crecía con una fiereza ejemplar, el árbol de la vida.
En un instante, si darme cuenta de nada, colocó sobre la mesa un folletín que llevaba como ejemplo para compartir la instrucción de su fe a los que ya estábamos secos, me pidió que me acercara y mi perna tocó la suya que se movía de arriba abajo como lo hace un adolescente antes y después de recibir alguna calificación importante, no pude mas, la desértica estructura del árbol de la vida se humedeció de tal manera que por mis ojos sentí el canto de pájaros y la oscuridad blanca que se forma en la mente cuando un cuerpo ha derramado la simiente sobre de otro, temí por un momento que el fuerte aroma que estaba yo despidiendo fuera percibido por ellos, pero al parecer sólo él lo descubrió en el aire de local, pues me sonrío como sonríe la luna y me guiñó un ojo de tal manera que ahí en ese guiño se resumía el pecado del mundo.
Justo en ese momento terminaros su labor conmigo y con lo que me quedaba de alma, casi al unísono dieron que tenían que partir y partieron.

Cuando dieron la vuelta vi su espalda y quise exclamar ¡Demonios! ¡Pero si debajo de la camisa oculta los muñones que quedan cuando alguien cuelga las alas atrás de la puerta!, pero creo que de alguna manera su palabra me había tocado y sólo pude exclamar para mis adentro ¡Dios mío!

Cuando se fue, se llevó hasta mi última moneda, a cambio me dejó unos folletos, un llano perfectamente húmedo y la advertencia que la semana entrante serían sus hermanos, no él, los que me visitaran para aclarar mis pensamientos sobre la charla que él me había dado y sobre la lectura que reposaba sobre la mesa y se me quedaba de tarea.
Me lleva la chingada, no sé porqué tienen esa afición los ángeles de pasar por el local a tocar, solamente mi alma.

Gayo. 22.2.11 En una tarde mística evaluando qué es pecado y qué no lo es.

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