martes, 22 de febrero de 2011

Destineando

Cuando la ocurrencia del destino
llevó tus pasos a mis brazos
ya habías tragado hojas de hierva,
incienso,
lumbre,
polvo y
brillos de cristales,
ya habías caído sin saber porqué
entre uñas,
garras y
colmillos,
en la cama de cuartos con paredes
adornadas con barquitos impresos a destajo,
casas con charolas ilusorias llenas
de galletas de jengibre y
felaciones de falacias que sabían verdaderas,
ya habías estado entre húmedos delirios,
huidas desastrosas,
llantos secos,
vueltas y regresos en dos palmos de narices,
ya en el astracán de tu espalda había quedado
por errado amor herrada con dos alas la figura
de una mariposa,
ya en tus labios,
en tus cejas y
pezones estaban las perforaciones de encontrarte
en otros días,
en otros labios,
extraviado de otros hábitos,
en otro con sus brazos quebradizos con su pecho
de árbol hueco y seco que no supo como retenerte,
ya tenías en las ojeras y en los labios diques
para retener guiños sagaces,
para contener caricias en las cejas,
para entretener ósculos efímeros,
desecar humedades en cualquier parte del cuerpo y
mantener a raya el aguacero de los cristalinos, sólo por si acaso.

Cuando la ocurrencia de mi parte fue llevarte a otra parte,
no había escrito en mi parte de guerra el blandir
el blanco trapo ante tus ojos ni someter a mis designios
a tu aliento ebrio de miedo,
no existía en el plan ni en la estrategia el extrañarte
cuando en la estación te dieras vuelta y
regresaras a ocultarte a tu feudo después de los estragos
que causaste a mi lado izquierdo, con tan sólo ir a dar la vuelta.

Gayo. en una tarde recordando como una simple vuelta, cuando es buena, puede permanecer después del frío, del calor y de la ausencia.

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