Puede vivir escondido atrás de tu silencio
o dentro de la caracola rosa donde te guardé
mi aliento por si te llegaban días de hambre,
echado sobre una duna blanca en alguna de las playas
que fuiste a buscar, pues alegabas que desde ahí
el horizonte mar no tiene fallas,
debajo de tu colcha de figura de animal
donde te dices fiero y
en donde perjuras que te basta invocar a Onán
para mentirte que ésa caricia tuya es vasta para
sacias tus ganas de las ganas de mi alma.
Cada quien se esconde donde puede de sus penas,
de los dislates de su alma o
de los fantasmas inducidos y anacrónicos,
sólo uno sabe que tan fieras suelen ser sus hordas de cangrejos.
Yo que afortunado soy de ser un previsor
de asuntos para el alma, escogí rincones secretos
para esconderme cuando no estuvieras más y
el viento no trajera hasta mí vestigios de tu aliento, y
tú que eres de intuir ya debes de saberlo.
Me escondí ahí en la parte de tu cuerpo donde
nace la manzana, por si otro beso azuza en ti la flama de las ganas,
me guardé en los nidos de tus antebrazos nada más para reír
cuando otros dedos intentaran una amantísima caricia y
tú se la frustraras con una carcajada,
me guardé en los cuencos de tu cuerpo para estar si duda en ti;
en cada ajeno embate, en cada húmeda y viperina lengua,
en cada mirada a otro cuerpo que te prenda y
te haga morder los labios para no evidenciar que
estando ahí, está tu cuerpo, pero en mí tu alma,
en tu tafanario no mi amor, porque ahí me gana
el descontrol y si me vengo, y
tú sabes que jamás he disfrutado la venganza.
Puedes pues, príncipe de silencio en guerra,
esconderte atrás de de donde quieras,
yo estaré, ahí y aquí por ti, esperando que lo entiendas.
Gayo. en una tarde en donde los rastros del cordero son tan fuertes en mí, como su huella.
domingo, 26 de diciembre de 2010
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