lunes, 31 de enero de 2011

Atardeciendote

Habría que hacer de los atardeceres uno y
tragárselos en una copa de abstinencias
con dos hielos y su dejo de melancolía, o
verterlos en la tina junto a sales aromáticas,
el nombre con el que te llamaba por las madrugadas
usarlas hasta que tu halo salga y dejarlas que se vayan con el agua, o
hacer un cuadro, si es posible al óleo
para colgarlo al revés en la pared de la recamara
que tan bien te conocía, o
con acuarela, con acuarela príncipe del reino de mis emociones
para que las gotas de agua que dejaste
a media tarde en mis lagrimales hagan su trabajo
cada que no puedan más y lo acaricien, o
tragar en seco el mudo nudo que se forma en el cogote
cuando me regresan a la mente con sorna y sin piedad
los recuerdos que me endilgaste, o
o de plano hacerle una gandayada a mis convicciones y
voltear sin miramientos a otros lares hasta olvidarte, o
dormir, enano mío, en ese lapso de la tarde en los que tu mirada
se asemeja a los atardeceres y pasarlos por la vida
como si tú y ellos sólo fuesen una mala broma y
jamás hubiesen existido,
como si tan sólo lo que te profeso fuese un sueño,
como si no te hubiera hilado a mi vida,
a la vida toda, a todos los atardeceres.

Gayo. 23.1.11 en una tarde fría de verdad, de esas de ponerse guantes antes de que las caricias en los dactilares pierdan el sentido, pierdan lo sentido.

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