Habría que hacer de los atardeceres uno y
tragárselos en una copa de abstinencias
con dos hielos y su dejo de melancolía, o
verterlos en la tina junto a sales aromáticas,
el nombre con el que te llamaba por las madrugadas
usarlas hasta que tu halo salga y dejarlas que se vayan con el agua, o
hacer un cuadro, si es posible al óleo
para colgarlo al revés en la pared de la recamara
que tan bien te conocía, o
con acuarela, con acuarela príncipe del reino de mis emociones
para que las gotas de agua que dejaste
a media tarde en mis lagrimales hagan su trabajo
cada que no puedan más y lo acaricien, o
tragar en seco el mudo nudo que se forma en el cogote
cuando me regresan a la mente con sorna y sin piedad
los recuerdos que me endilgaste, o
o de plano hacerle una gandayada a mis convicciones y
voltear sin miramientos a otros lares hasta olvidarte, o
dormir, enano mío, en ese lapso de la tarde en los que tu mirada
se asemeja a los atardeceres y pasarlos por la vida
como si tú y ellos sólo fuesen una mala broma y
jamás hubiesen existido,
como si tan sólo lo que te profeso fuese un sueño,
como si no te hubiera hilado a mi vida,
a la vida toda, a todos los atardeceres.
Gayo. 23.1.11 en una tarde fría de verdad, de esas de ponerse guantes antes de que las caricias en los dactilares pierdan el sentido, pierdan lo sentido.
lunes, 31 de enero de 2011
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