sábado, 20 de noviembre de 2010

Teléfonos.

Esa tardenoche no había de donde sujetarse,
ni una aldaba,
ni una brocha,
ni un cable en donde
ahorcar el trapo de mis emociones cuando de forma tan salvaje
-ay, algunas de tu salvajadas eran muy hermosas-
a mansalva y
sin mirar el daño que le hiciste a mi futuro,
apagaste el celular dos segundos después
de que tus lágrimas secaran y justo uno antes de decir;
maldita sea, me dueles por que te amo, y
después la canallada; adiós.

Me gustaría saber, sólo por alimentar el ego, sí;
¿Aun recuerdas aquel encantado aldabón
de piel que tocabas para que bailaran
las culebras en su cesta?
¿Alguna vez te dije cuánto me importabas?
¿Aun recuerdas que era la botella de Aladino
de donde saqué el anillo quitapon
con el que te endulcé la esperaza aquella tardenoche
de sexo el hostal de media luna?

¿Hace cuántas cuentas de lavar las sábanas
en está inmortalidad que hasta ahora te regalo
dices que te ahogaste?

Pensé dejara atrás los lastres y
hacerme ligero a la mareada, pero no conté,
cariño infante de corveta,
los veintiocho cabalísticos malditos días de la luna,
ni con el maligno genio de la alta mar
que casi daba al traste con la nao,
tuve que llenar de mar con sal galeras y toneles
para hacerle contra y no hundirme,
vaya lastres, por fin sirvieron para algo.

Esa tardenoche no había luna y
si la había qué chingada importancia tiene ahora si
ahora curva como hoz del segador y
en seco se mira tan divina.
Me hubiera gustado que ese reclamo de la despedida
la hubieras hecho al teléfono de casa que tiene cable hasta la tuya,
me hubiera ahorrado la mareada ahorcando en ese instante,
cada duda, cada trapo.

Gayo. 19.11.20 en una tarde bella para trapear las despedidas, los recuerdos y pensar seriamente trapear el patio, al que ya le hace mucha falta.

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