Podría decir cualquiera
que sufro tus recuerdos,
que me hieren,
que provocan que me escurra espuma
por la boca con la rabia de los desconsuelos y
que lloré y
que gima y
que berree como cochino izado de la pata izquierda
al mirar la daga que ha de perforar la axila.
Cualquiera podría jurar con la derecha
sobre “Corazón diario de un niño”
a que bebo ron de caña y
no sangre de cristo en cada homilía, y
que salgo del encanto renegando porca vida,
mísero de mí,
maldita sea.
Cualquiera diría al leer las cosas que te escribo
que le haces falta a mis hormonas,
a mi cuerpo,
a mis ganas,
a mi alma, y
que el pelo largo,
cano y lacio es para ahorcarme
como un día sin juicio ni remedio
me colgué en la plaza de tu espalda
con los rulos de tu nuca,
que mi paso lento y
cojo es el pretexto de los años para caminar
despacio las calles donde no estuvimos,
las calles que maduran con el paso a paso de la urbe
que se ha hecho cirugía en los puentes,
en los parques,
en los cafecitos donde me abandono de mi ser,
fumo y te recuerdo.
Pero esto príncipe del feudo mar abierto
es un mito tan genial como el decir que aquel
que dice que te extraño es cabal en su cordura y
no un canalla vil, tipo cualquiera.
Gayo. 26.11.10 en una tarde cualquierando los recuerdos, sin café, pero con encendedor y entre mis dedos un rubio de tripas como aserrín. Esperando la salida de la madre luna a la que el señor, por móndriga, le ha borrado un cachetito.
domingo, 28 de noviembre de 2010
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