jueves, 18 de agosto de 2011

Sin nada que decir de nuevo

Cuando le hice la promesa, ya habían pasado por mi piel bastantes cuerpos, por mi corazón uno o dos amores, por mis enmarañadas letras mil versos que sabían a mil mentiras, por mis días, días de olvidar y días de recordar y de calar con tinta sangre, por cuestiones de la amnesia, en la corteza de mi diario cada gota, cada lluvia, cada viento con todos sus suspiros, cada caricia con todos los luceros y sus fuegos de artificio, iniciales entrelazadas que no decían nada a pesar de recordar con cada letra su mirada.

Desde que levanté de debajo de aquella higuera al desolado ángel de la guarda que aun cuidaba el cadáver de aquel tipo que aún tenía en sus manos las monedas del pago y me volví un autentico canalla, siempre he tratado de decir la verdad, así que vano hubiera sido decirle a este nuevo amor que sólo a su piel habían adorado mis dedos, que sólo a su corazón le había rezado después de construirle en mi memoria su templo, ¡no!, la verdad ante todo, bien sé que le dije justo antes de que nuestra ropa, bajo su propio albedrío, se acomodara en el rincón de aquel cuarto de aquel hostal en aquel día de hace dos años, que mi vida ya tenía su “amor de mi vida”, que ya me había cortado por otra piel las venas, que ya sabía yo lo que era morir tres veces al día como prescripción docta leída en alguna revista del corazón, pero que no se preocupara, que ya había aprendido a esconderme tras las esquinas y sacar por el filo de ellas sólo mis ojos para que nadie me reconociera, que ya tenía experiencia como aparecido en el café donde nadie me esperaba, que ya había comprendido que todo mundo sabe quién es el mudo del teléfono a las tres de la mañana, que ya había jugado a ser humano y que podría amarle tanto o más que cualquiera, que sentía que su amor era distinto y que le prometía serle fiel por los siglos de los siglos aún cuando después de que su muerte acaeciera en su carne y sus huesos y otro ángel se atravesara por mi vida y tuviera que besarle, no por amor ni para calmar la lívido, sino para conjurar su mala suerte de ser eterno y aun afrontando el riesgo de que mis labios se volvieran a fundir y de nuevo se desfiguraran, le seguiría amando.

Apenas son dos años que se largó sin importarle nada y que por su puesto ya no tengo para mí la piel que cubre su cuerpo, no sé, pero creo que me deprime estar olvidando tan pronto las gotas de la regadera al cruzar su cuello y después su pecho, su abdomen y después el propio llanto del agua al reventar en el suelo, el laberinto de su rubia cabellera, los ciento diez lunares que habitaban en su piel de leche como auténticos luceros, el aroma de su aliento envidia de la flor de manzanilla, su mirada tan larga como mar en calma, ¡ah! como le extraño a mi lado aunque cada día que pase rompa un poco mi promesa y le ame menos y menos le recuerde.
¡Demonios! ¿Por qué seré tan falso?

Gayo. 18.8.11 en una tarde en la que he descubierto que en el mercado se vende de todo, menos infusión para sanar los recuerdos.

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