lunes, 28 de junio de 2010

ángel de luz...

Aquí estuvo a media tarde en el local perturbando mis sentidos, no sé si el afán de su mirada era indagar los límites de mi moralidad realmente escasa o de alguna manera me deseaba. Su cuerpo y yo a dos cuartas de distancia quemando los apetitos de mis dedos por acariciar sus ojeras que parecían almohadas de luceros, sus diminutos labios rojos cual botón de rosa me insinuaban uno o mil besos, su cuerpo blanco como cera y delgado cual cirio de pascuas era lo que siempre desee en cada una de todas mis noches.

Los dos, ahí, inhalando el mismo aire mezclado con su aliento calmo y fresco y el mío un vaho que daba fuerza y vida al bao de mis piernas que tras la humedad del sexo y la perversión mental se escondía.

Sé que era un ángel, pues sólo los ángeles carecen de manzana y huelen cosecha de pecados en el huerto Paraíso, sé que lo era, pues al marcharse me miró de soslayo y esbozó la sonrisa con la que tal vez se despidió algún eterno Príncipe por siempre.

Sé que era un ángel pues en su vertiginoso vuelo, antes de perderse en el celaje de la tarde, se le desprendió una pluma que para buscar por fin el consuelo de mis perversiones, dejé como ofrenda en el altar y aún hoy, después de tanto tiempo, ilumina a la Santa Muerte.



Gayo en uno de los 12 días para San Judas



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